Teníamos muchas ganas de visitar Nara, antigua capital de Japón y tesoro de la Unesco, así que, aprovechando un día soleado, para allá que nos fuimos con nuestro querido amigo Jun, quien nos hizo de guía.
Visitamos el famoso Templo Todai-ji, que esconde al Buda Gigante de bronce en su interior. Se trata del templo de madera más grande del mundo y sorprende la arquitectura del edificio, en la que no se empleó ni un sólo clavo, y es que está todo encajado. Wow.
Por los alrededores del templo budista, nos cruzamos con cantidad de ciervos que pasean a sus anchas entre turistas, más acostumbrados que Angelina Jolie a las cámaras fotográficas. Debieron de ver algo especial en nuestro querido Canelón, pues enseguida le acorralaron y casi tengo que ir a rescatarlo... ¿Será por el olor que desprende?
Por lo demás, el día en la tradicional Nara transcurrió tranquilo. Después de recorrer la ciudad esquivando ciervos y fotografiando templos, nos metimos un buen sushi para reponer fuerzas y, dejados los platos limpios, cogimos el tren para ir a la vecina Osaka, donde Jun nos preparó una cena deliciosa que compartimos con sus simpáticos tíos, Keiko y Susumu.
¡Fue un no parar de reír! Para empezar porque estuvimos toda la tarde repitiendo estos dos nombres japoneses como un mantra y, cuando sonó el timbre y Canelón abrió la puerta, dio la bienvenida a Keiko y ¡Mumusu! Mientras él ponía cara de "tierra trágame" yo me doblaba de la risa, pero enseguida pasamos a los brindis y el mal trago pasó a anécdota. ¡Y venga a pimplar sake y vino blanco! ¡Un brindis por Keiko y Susumu!
Además de pasarlo en grande, aprendimos a cocinar un plato típico japonés, por lo que el día nos salió redondo. Ya tenemos una receta más para nuestro recetario, y el día 21 repetimos cena y risas con la familia Matsuura, ¡deseosos!
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