martes, 10 de febrero de 2015

DE TREKKING POR LUANG NAMTHA...

Como la última vez que visitamos Laos nos centramos en la parte central y sur del país, teníamos muchas ganas de conocer el norte. Habían llegado a nuestros oídos historias de montañas, ríos y etnias, así que nada más cruzar la frontera desde Tailandia por Houayxai, enfilamos dirección a Luang Namtha.

Esta ciudad es la base desde donde hacer los trekkings para ver los poblados de diferentes etnias o bien hacer caminatas por el parque de Nam Ha, un área de selva protegida. Nosotros, que ya veníamos con una buena experiencia selvática boliviana, teníamos claro lo que queríamos: visitar un poblado de alguna etnia, y cuanto más perdida, mejor.
Mujeres  de la etnia Akha

Con este deseo en mente nos dirigimos hacia Muang Sing, un pueblo cercano desde donde supuestamente también se pueden hacer estas caminatas... Digo supuestamente porque lo único que encontramos fueron muchos chinos (que algún "interés" tendrían por allí), cruzando los brazos en forma de aspa cual Power Rangers cada vez que preguntábamomos por una habitación. Ésto y el que pareciera un pueblo fantasma a nivel turístico, nos hizo preguntarnos si no estábamos haciendo el canelo allí, así que decidimos buscar lo del trekking lo primero.

La oficina de turismo estaba cerrada a cal y canto en horario de apertura, y la pizarra que había fuera marcaba la fecha de la próxima actividad, Marzo del 2013... Todos estos "indicios", además de que no había ni un sólo cartel en toda la calle principal sobre el tema de los trekkings, nos hizo plantearnos nuestra estancia allí. ¿Qué carajo hacemos en un pueblo donde no hay nada que hacer, rodeados de chinos a los que no les gustamos, y sin poder contratar el trekking? El canelo, efectivamente. Así que para no agrandar nuestra leyenda Caneloide, echamos de nuevo nuestras mochilas sobre los hombros y nos volvimos a Luang Namtha.

Ya de vuelta en Luang Namtha tras nuestro día tan bonito y productivo, encontramos un sitio donde dormir y salimos a buscar la excursión. Habíamos pensado en si hacer Homestay en un poblado y hacer un trekking de dos días, pero al final, tras visitar varias agencias, desechamos esta posibilidad por lo siguiente:
1. Precio: pedían 100USD por cabeza (aunque el precio iba bajando si se apuntaba más gente).
2. Todas las agencias hacían el homestay en los mismos tres poblados, por lo que pensamos que precisamente esos poblados no serían los más auténticos...

Tras ver que muchas agencias hablaban de combis kayak-trekking, o se centraban en la parte de la selva, encontramos lo que queríamos en la agencia Green Discovery: un trekking para visitar una etnia minoritaria llamada Ban Sida, que solamente tienen dos poblados en todo Laos. Parece ser que normalmente no lo contrata nadie, porque el trekking no es en el área protegida y porque esta etnia tiene fama de ni saludar al turista.

El trekking transcurría por una zona de bosque durante las primeras tres horas. Al llegar a un pequeño claro, el guía montó un restaurante improvisado en el suelo con unas hojas de banano y disfrutamos de un almuerzo laosiano en toda regla, comiendo con las manos un montón de cosas ricas. Hacías una pelota con el sticky rice y cogías lo que te apeteciera del "buffet"...
Tras el almuerzo, caminamos otras dos horas y llegamos a la zona del poblado. En la parte de abajo están los campos de cultivo y las casetas donde guardan el grano. Según sus creencias, los espíritus del poblado y el espíritu del arroz no pueden estar juntos. Una cerda con sus cerditos nos acompañaron en la subida, y allí llegamos los falang. Eran todo casas de madera y bambú con techos de paja o zinc, la gente haciendo sus quehaceres diarios...
Los niños al principio huían y se metían en las casas, pero tras unas cuantas sonrisas y saludos, salieron poco a poco a examinar a los extranjeros. Creo que les hacía gracia que fuéramos tan distintos a ellos. Como en cualquier parte, había uno que era el más echado palante, se acercaba y nos saludaba cientos de veces mientras se reía. Les hicimos unas fotos y se las enseñamos, lo que provocaba carcajadas a tutiplén. Las niñas eran más tímidas, y si les enseñabas la cámara para ver si querían que les hicieses una foto, salían despavoridas y se metían en las casas. Los adultos no nos hicieron ni caso, seguían con sus trabajos, lo que yo personalmente agradecí ya que no quería que se sintieran como una atracción turística. Lamentamos no haber llevado unos lápices de colores y unos cuadernos para los niños, porque realmente no tenían nada de nada. Todavía no les había llegado la electricidad, así que tenían un motor diesel que utilizaban para las cosas más imprescindibles, como una sierra con la que un lugareño reparaba su casa.
Más tarde se acercó una chica con su bebé, por lo que pudimos preguntarle a través del guía unas cosas básicas. El pueblo estaba compuesto por 360 personas repartidas en unas 60 familias, y los niños eran más de la mitad de la población. Nos contó que se acercaba la época de plantar el arroz, y que durante tres días nadie podría entrar ni salir del poblado para contentar al espíritu del arroz y tener una buena cosecha.

Nos despedimos de los niños, que empezaron con su partida de canicas, y fuimos bajando poco a poco hacia donde nos recogería el coche, a una hora y media del poblado. Antes de volver visitamos un pueblo de la etnia Akha, éste ya tenía electricidad y estaba más desarrollado. Por cierto, antiguamente la gente de esta etnia sólo se podía casar con alguien de su propia etnia que hubiera nacido el mismo día de la semana. Mirad a ver si podríais estar con vuestra pareja actual, en nuestro caso estamos pensando en iniciar los trámites del divorcio ya que yo nací un miércoles y Canela un sábado...
Ropa tiñendo con índigo

Y así terminaba nuestro día, no sin antes pasarnos por el mercado nocturno y cenarnos un rico pato asado. Además, habíamos quedado anteriormente con una señora encantadora de la etnia Akha en que le compraríamos unas pulseras. Ya de paso nos ofreció susurrando un poco de opio (pisssi pisssi) enseñándonos el bote, lo que declinamos entre risas. Un gran final para un mal comienzo.







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