Viajamos en autobús a Quito (unas 11 horas de viaje), central operativa de cualquier plan de ruta, y desde allí cogimos otro bus que nos condujo hasta Otavalo, cuna de la artesanía indígena. Ya en el autobús pudimos apreciar cómo cambian los rasgos de la gente, más morenos, con facciones más marcadas y, lo más característico, largas trenzas negras escondidas bajo sombreros.
Tras dos horas y un camino con un bonito paisaje, llegamos a Otavalo la noche del viernes, preparados para asistir al gran mercado que se celebra, religiosamente, cada sábado. Ya era de noche, por lo que no buscamos mucho y nos alojamos en el Hostal María, una pensión algo mostosa pero barata y con agua caliente. Suficiente para pernoctar y disfrutar viendo una peli en la televisión por cable.
Cansados del viaje desde Puerto López, nos merecíamos unas birritas, y la suerte nos acompañó con el Red Pub a la vuelta de la esquina. Nachos diabla que picaban a rabiar pero se salían de buenos, hamburguesa con patatas fritas y cervecita Budweiser a precio módico gracias al Mundial. Esto marchaba bien...
A pesar de la dureza de la almohada, dormimos como angelitos y en un pis pas estábamos preparados para asistir al gran mercado de artesanía indígena que tan buena pinta tenía. Nada más salir del hostal, dimos de bruces con varios puestecillos de "artesanos", algo que se repitió durante dos cuadras. Enseguida nos llamó la atención que todos los puestos tuvieran las mismas cosas. Mismos pijamas, mismas pulseras, mismos pantalones... Aquello carecía por completo del encanto artesano, único y especial. Todo olía más a producción en masa que a otra cosa...
Con la pequeña decepción a nuestras espaldas, fuimos esperanzados al mercado de comidas, donde disfrutamos algo más viendo zanahorias... Fijaos qué mal sienta pasar quince días cenando a base de sandwich y hamburguesa, que en cuanto vimos unas lentejas ambos exclamamos al alimón y no pudimos evitar comprarlas.
Nuestro humilde hostal disponía de cocina comunitaria, y el chef Canelón no dudó en cocinarse unas ricas lentejas con mucho hierro. A falta de chorizo (¡qué son unas lentejas sin cerdo!), las cocinó en un rico caldo de gallina y, aunque quedaron un pelín duras, estaban muy sabrosas y nos supieron a gloria.
Al día siguiente, decidimos contratar un trekking por la laguna Cuicocha, situada en un cráter volcánico al pie del volcán Cotacachi. Su altitud máxima es de unos 3.500 m.s.n.m, por lo que, sobre todo al principio, nos costó bastante subir las empinadas escalinatas, pero como todo se puede, logramos finalizar con éxito el trekking, de unas 4 horas. Antonio, nuestro guía indígena, nos fue explicando cosas que, de haberlo hecho por nuestra cuenta, jamás hubiéramos sabido. Por ejemplo, cuando durante el trayecto por un angosto sendero comenté que olía a curry, él no dudó en afirmar que tal olor procedía del pedo de un lobo. Inevitable preguntarse por qué los nuestros huelen tan mal...
¡Dentro vídeo!
DATOS PRÁCTICOS:
- ¿Cómo llegar a Otavalo?: coger un autobús en Quito. Salen de la Terminal de Carcelén. Duración del trayecto: 2 horas. Precio: 2 dólares.
- Para desayunar: El Salinerito ofrece buenos desayunos a buen precio.
- Para tomar algo y cenar: El Red Pub tiene buen ambiente y ofrece platos de comida rápida que están bien.
- Alojamiento: Hostal María, 16 dólares (8 por persona). Baño privado, agua caliente y cocina. Nos dijeron que había WIFI pero no funcionó.
- Tour a la laguna Cuicocha: Ecomontes, 30 dólares. Incluía taxi de ida y vuelta, más pequeño almuerzo y guía local.
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Yo creo que fue Antonio que se habia puesto bien de curry...Seguid asi, se os ve fenomenal. Y no dejeis de contar, que divertido. Un abrazo fuerte. Xurxo
ResponderEliminarJajajajajaja, el pobre Antonio!!! Muchas gracias por el mensajito, se agradece!!!! Sois grandes, un abrazo!!!
EliminarOso ondo, trekinglaris!!!!
ResponderEliminarVaya viaje amiguitos... Envidia de la mala malisima!!
Musu
Anikito.
Esa Anikooooo!!!! No tengas tanta envidia que algún día capaz de animarte a recorrer mundo sin fin y nadar entre ballenas!!! Muxutxus!!!
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