En teoría, en cada fila de la minivan deberían de ir tres personas, tampoco muy holgadas porque los asientos son de tamaño camboyano, pero ellos meten a cuatro como sea, así que dos de ellas acaban compartiendo un sólo asiento. Y a mi me tocó. Me tocó el peor puñetero asiento de toda la jodía minivan, el que justo iba encima de la rueda, dura como una piedra, y sin cojín ni nada. Éste era mi huequito:
(En teoría el asiento es el que va tapizado de azul. Se me quedó el culo como una zapatilla...)
Oí cómo los guiris de atrás abrían la boca horrorizados y se compadecían de mi suerte, y eso me hizo sentir peor, porque cuando alguien te dice que eres tonto te crees que eres tonto, cuando se ríen de tus gracietas te crees gracioso, y cuando los guiris gritan ¡Oh my God, 5 horas así!, crees que esas cinco horas van a ser un suplicio chino.
Cinco horas. Tenía que viajar durante cinco horas en una lata de sardinas que encima era dura como el mármol. Canelón se prestó voluntario a cambiarme el asiento, cosa que denegé (obviamente porque tengo el trasero más pequeño), y pidió a los dos guiris de al lado que se corríeran un poquito. Uno de ellos se apiadó de mí e hizo el amago, pero el otro, que curiosamente iba vestido con pintas hippies, luciendo hasta el símbolo de la paz en su bolsito de colores, ni se inmutó. Espetó un escueto "no puedo, tengo aquí la ventana", aunque pude leer claramente que lo que estaba pensando era "yo he pagado por mi asiento", y ojalá lo hubiera verbalizado porque le hubiera constestado un "¡¡¡y yo también, que esto no es Europa, majo!!!". Total, que tuve que acurrucarme en mi rueda y ver cómo el buen samaritano se tiró todo el viaje con las piernas en v, más pancho que ancho. Como diría Mario Vaquerizo, ¡hippie, hippie, hippietrusca!
Me cagué un poquito en él por mis adentros, y en ésas estaba cuando, en la siguiente parada, vi a una señora mayor sentarse frente a mí, en el segundo peor asiento de la minivan. Ella sonreía en cada bache, con su moño canoso moviéndose de lado a lado, mientras yo pensaba que se le iba a romper la cadera de un momento a otro...
Durante aquellas cinco horas encima de la rueda, aprendí que, efectivamente, donde caben 3 caben 4, que el ser humano tiene una capacidad de adaptación y elasticidad asombrosa, que los guiris no entienden que en Camboya no se paga por un asiento, sino por medio... pero sobre, aprendí que mi amiga Olatz tenía mucha razón cuando nos decía aquello de "es mucho peor pensarlo que pasarlo". Cosas de la vida, al final lo que más me fastidió del viaje, no fue la rueda, sino el hippie de turno...
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